Cecilia Bartoli triunfa en el Auditorio Nacional

J. L. Gamallo. En un ya lejano 1991 dentro de los conciertos programados para las fiestas de San Isidro actúo una por entonces muy desconocida Cecilia Bartoli, con un solvente programa, básicamente rossiniano. Su triunfo fue grande y sorprendió al público madrileño con su extraordinario arte vocal y su presencia escénica. Desde entonces su relación con Madrid no se ha roto y ella ha seguido evolucionando. De cantar a Rossini y Mozart ha ido buceando en repertorio cada vez más ignotos y desconocidos. Sin perder una pizca de calidad y exigencia, ha mezclado todo ello con una buena dosis de mercadotécnica y transmisión de su imagen, que sin llegar a los niveles de los tres tenores, hace que tenga una difusión mayor que otros cantantes de ópera,más circunscritos a los habituales de la ópera. Así ha indagado preferentemente en el repertorio barroco o casi desconocidos de la época clásica. Ha grabado repertorio infrecuente de Vivaldi, Salieri, Gluck, de aún más desconocidos compositores del barroco romano del XVII y del XVIII, uno dedicado a la cantante española Maria Malibrán, y este año se ha descolgado con un CD consagrado al prácticamente desconocido Agostino Steffani  (1654-1728), que combinó la carrera diplomática con la música, llegando a ser a obispo de Spiga. Curiosamente la mayor parte de su carrera musical transcurrió por el norte y centro de Europa, done ejerció como diplomático. Es curioso que su obra haya permanecido casi oculta, aunque no ha sido la Bartoli la primera en grabar obras suyas, pues ya anteriormente Claudio Cavina o Paul Eswood habían grabado duos, ella ha sido casi la primera en desentrañar arias de su repertorio operístico. Así el público madrileño pudo disfrutar hasta el delirio con el arte exuberante de esta mezzo incombustible, ya fueran con las arias más virtuosas como A Facile Vittoria, de grandísima exigencia vocal o las más melódicas como Ogni core puó spera. Un grandísimo éxito como era de esperar.