El mercado de Antón Martín

J. L. Gamallo. Antes de que existieran los megacentros comerciales, las grandes superficies, para arreglarse el condumio diario las amas de casa madrileñas se proveían en las denominadas tiendas de ultramarinos, en los mercados de abastos, que solían estar ubicados, más o menos, en cada barriada. Se podrían considerar como pequeñas superficies, con puestos de frutas y verduras, carnicerías, pollerías y pescaderías, principalmente.

También solían haber un zapatero remendón, un afilador y una bodega. Algunos tenían puestos a la calle, y en las proximidades había también algún puesto más. El ajetreo de las mujeres con la cesta, y luego con el agradecido carrito era contínuo. Y las colas, pidiendo la vez y evitando que nadie se colara y vigilando que no les metieran género de mala calidad o menos cantidad que la pedida.

Pero el cambio de la vida en el último cuarto del siglo XX, la integración de la mujer en el mercado laboral, que ya no podia ir al mercado dirariamente, el despoblamiento del centro de Madrid, y la creación de grandes urbanizaciones en los pueblos de la periferia madrileña donde se transladaba la emigración o las nuevas parejas, han dado casi al trasto con los entrañables mercados. En estos sitios, con gran abundancia de terrenos, se empezaron a construir las grandes superficies, con enormes aparcamientos donde poder dejar el coche y hacer la compra para una semana. Muchos entraron en franca decadencia y abandono. 

Muchos mercados empezaron a languidecer y a despoblarse. El Ayuntamiento inició un programa de reformas para insuflarles nuevas vida y revocarles la fachadas. Algunos, como el de San Antón, han sido convertidos en gastrocentros, donde resulta carísimo hacer la compra diaria, ya que básicamente tienen delicatessen, otros han sido arreglados y siguen atendiendo al público del barrio. Uno de los mercados que siguen resistiendo y es de los más típicos, es el de Antón Martín, con tres plantas. En la actualidad la tercera se ha convertido en una escuela flamenca.

Las otras dos aún mantienen abiertos varios puestos, con género de muy buena calidad. Como ésta muy cerca del Hostal Horizonte, en la calle de Santa Isabel, junto a la estación de metro del mismo nombre, bien merece hacer una visita, y adqurir, especialmente, productos típicos, como el jamón, el chorizo, el lomo, la morcilla, o quesos españoles.

Además, enfrente está el antiguo cine Doré, sede de la filmoteca española, que debidamente restaurado, es uno de los cines más bellos de Madrid y el más antiguo. De los programas dobles con Joselito y Marisol, ahora se pueden ver, a precios irrisorios, ciclos de cines clásico o de infrecuentes filmografías extranjeras que nunca tendrían cabida en los cines comerciales.

Signo de los nuevos tiempos en la planta baja hay un puesto de comida japonesa, y casi enfrente un puesto de chocolates y tés; en los puestos exteriores una carnicería musulmana, donde el jalufo está desterrado.

Conviene no perderse la fachada de azulejos de una peluquería en la misma calle Isabel, enfrente de la calle de Fernán Núñez, que sigue dando servicio; al principio de Torrecilla del Leal hay un autoservicio de comida oriental y una peluquería china, así como un bar de comida turca.

En el pasaje Doré siempre suele haber una gitana con un mesa con lencería femenina, al lado de una de las tiendas más castizas del mercado, la cuchillería Viñas, donde venden todo tipo de navajas, cuchillos, tijeras, así como colonia a granel; conviene no perderse la fachada, literlamente recubierta con carteles esmaltado con lemas de la tienda. Parece que el fundador, Viñas, comenzó como la gitana que tiene al lado, con un puesto donde vendía colonia a granel a las señoras que venían a hacer la compra.