Una Nochevieja más en la Puerta del Sol

J. L. Gamallo. Desde hace unos años la Nochevieja en Madrid se ha hecho famosísima gracias a una tradición relativamente reciente (algo más de un siglo): la de comer 12 uvas (las de la suerte) durante suenan las campanadas del celebérrimo reloj de la Real Casa de Correos, uno de los edificios emblemáticos de Madrid, que suponen el paso del año viejo al nuevo, al que se piden todo tipo de deseos para entar con buen pie y nos ría la fortuna.

La retransmisión de las campanadas por las distintas cadenas de televisión desde los lugares más estratégicos de la Puerta del Sol es seguida mayoritariamente por todos los rincones de España, y las plazas de muchos pueblos la gente se congrega para poder comer las uvas con de su Ayuntamiento. Pero ningún sitio tiene la solera y el marchamo del reloj de Sol, donde todo espacio físico posible se llena de gente deseosa de estar presente en el mágico instante en un lugar tan significativo en el momento del paso del año.

Se podría que durante esos momentos un furor báquico, orgiástico, un frenesí insoldable se apodera de los participantes, como el que podría apoderarse de las bacantes clásicas. El alcohol, la algarabía generalizada, el ímpetu irrefrenable se apodera de los cuerpos y los espíritus, embargados por una especie de éxtasis, lanzados a una vorágine de cantos, saltos, abrazos, y actos irrepetibles.

El mobiliario urbano sufre las consecuencias de miles de personas, a pesar de su protección muchos osados y osadas no dudan de bañarse en las fuentes de Sol, obviando la normalmente baja temperatura. El calor que irradian sus cuerpos es superior a la gelidez de las aguas.

Sobre su caballo, altivo y regio, Carlos III observa impertérrito como sus otrora súbditos, se embarcan en determinados excesos. Cuando se inicia el nuevo año, la gente se desparrama por las calles de los alrededores intentando seguir la juerga, pero algunos y algunas se caen redondos sobre el suelo, han sido vencido por los excesos etílicos o sicotrópicos.

Por las calles quedan los restos de la feroz contienda contra el tiempo, esperando que los responsables de los residuos sólidcos urbanos, según la innecesaria perífrasis del neolenguaje municipal y espeso, se hagan cargo de las miles toneladas de desperdicios con las que la multitud ha despedido al viejo año y ha dado paso al nuevo.