El Madrid Barroco de Pedro de Ribera

J. L. Gamallo. Desgraciadamente la figura del gran arquitecto diocechesco Pedro de ribera para la inmensa mayoría de los madrileños es prácticamente desconocida, por no decir completamente ignota. De orígenes humildes y casticísimo, no en valde nació en la calle del Oso. Alumno de Ardemans y Churrigera, su obra se centró únicamente en la Villa y corte, siendo el arquitecto favorito del regidor marqués de Vadillo, Francisco de Salcedo y Aguirre. muy cerca del Hostel Horizonte se pueden admirar alguno de sus ejmplos más señeros y significativos. Puede considerar un representante superlativo del barroco más imaginativo y furibundo. Y esto se puede ver perfectamente en las obras que nos han quedado en la capital y que pueden ser admiradas por casi todo el centro de Madrid. Para bien o para mal su estilo no era muy del agrado de Felipe V, con el que no contó para las obras del Palacio Real. Cuando se enfrenta con alguna de las obras ribereñas se queda estupefacto realmente, ante la debordante carga decorativa de sus creaciones, siendo lo más característicos las fachadas de edificios, preferentemente palacios, centrando la decoración en la gran portada, donde quedan integradas el balcón y la puerta.

Aquella se semeja como si fuera un tapiz o telón portentoso que se despliega en toda su majestuosidad y esplendor. Una de las caracterísicas de su estilo es la sustitución de la columna por el estípite, recubierto normalmente por una lujuriosa decoración.

Muy cerca del hostal es posible disfrutar de alguna de las obras más señeras de este singular artista. En la vecina calle de la Magdalena, casi esquina con Olivar se levanta el Palacio de Perales (1232), encargado por el Marqués de Perales del Río, con una majestuosa portada. En la parte inferior se abre la puerta bordeada por una gruesa moldura curvilínea, flanqueada por estípites. Encima el gran balcón con el escudo de los marqueses. Se remata el conjunto con otra de las constantes de Ribera: un óculo ovalado.

Actualmente es la sede de la Hemeroteca Nacional. En el esquinazo de las calles de Huertas y Príncipe, muy cerca de la bulliciosa plaza de Santa Ana, se levanta el Palacio de Santoña, antes Goyeneche, encargado por Juan Francisco de Goyeneche, Marqués de Ugena a Ribera, después de la muerte de Churriguera en 1725. En el siglo XIX  lo adquirió Juan Manuel de Manzanedo, duque de Santoña, que efetuó importante reformas, conviertiéndolo en una de las principales mansiones aristrocráticas del Madrid de la Restauración. Ribera levantó la fachada de Huertas, que posterioridad fue iterada en la fachada del Príncipe. Nuevamente Ribera hizo gala de su inventiva con otra facha retablo, ahita de elementos ornamentales.

Siguiendo por la calle del Príncipe hasta la plaza de Canalejas, hay que torcer a la derecha por la carrera de San Jerónimo hacia las Cortes. En este tramo de la carrera, frente a la famosa turronería  de Casa Mira se yergue el Palacio de Miraflores, encargado por el conde de Villapaterna, luego marqués de Miraflores (1731-732). Del maestro sólo se conserva la regia fachada, una de las más majestuosas y solemnes, de cinco plantas. De nuevo nos sorprende Ribera con su imaginación portentosa.

Retrocediendo ahora hacia la Puerta del Sol por la calle de Alcala se puede admirar la fachada que fuera del Palacio de Torrecilla, encargado por don Féliz de Salabert y Aguilera, Marqués de Torrecilla y Valdeolmos; el edificio actual se construyó después de la Guerra Civil, aunque se conserva la bella fachada ribereña, que rompe el habitual esquema añadiendo justo encima de la puerta un pequeño balcón, lo que permite dar al balcón principal una mayor prestancia por medio de un saliente, bellamente decorado en la parte inferior.

Para el final dejamos las dos grandes obras que construyó Ribera, no tan en el centro, y que atestiguan las altas capacidades ténicas y artísticas. El cuartel del Conde-Duque y el Real Hospicio del Ave María y San Fernando. El Cuartel fue ordenado construir por Felipe V para acuartelamiento de las Compañías de Reales Guardias de Corps al regidor de la villa, marqués de Vadillo, el nuevo cuerpo militar destinado a la custodia del monarca a imagen, más o menos, del francés. El marqués no dudo un instante en encargarle la obra a nuestro artista, trazando en la actual calle del Conde-duqe, muy cerca del Palacio, el que durante mucho tiempo fue el edficio más grande de la capital, sálvándose de la piqueta milagrosamente en los años 60 del siglo XX.

En la actualidad, después de un largo proceso de restauración, es un gigantesco e impresionante Centro Cultural del Ayuntamiento, con salas de exposiciones, biblioteca, hemeroteca, archivo, salas de conciertos, de conferencias, etc. Un uso inmejorable para la gran obra del castizo Ribera. Ahora se puede recorrer en su casi totalidad y admirar su genio. La fachada se ha conservada casi intacta. Al ser la entrada de un acurtelamiento, y no de un palacio, carece del necesario balcón al que se abre el salón principal, forma un todo, acumulándose la decoración en la parte superior, dividida por una cornisa en forma de frontón triángular, abajo sobre un tondo se despliega el vellocino de oro, con el nombre del monarca, rodeado por guinaldas y flores, situándose en la clave la efigie de un gigante. Sobre el frontón las armas de Felipe V, con la corona real, y bordeadas por los eslabones de la Insigne Orden del Toisón de Oro.

En el famoso barrio de Chueca, entre la plaza de Barceló y la calle de Fuencarral, se levantó el Real Hospicio de San Fernando (1721-1726), heredero de una construcción previa, de la que se conserva la capilla. A principio del siglo XX estuvo a punto de ser derruido, afrotunamente se salvó de la destrucción, siendo sede desde 1929 del Museo Municipal.

Después de muchas y variadas obras y restauraciones el gran obra de Ribera funge en todo su esplendor, habiendo sido rodeado de una verja todo el perímetro que lo protege de las manadas de salvajes que inundan la zona los fines de semana. En la fachada Ribero tuvo absoluta libertad de creación, diseñando una fantástica obra que parece tomar vida, que ese retablo pétreo, superba escenografía lapídea es producto de un sueño. En una especie de desafio al horror vacui, todo se ocupa con flores, rocallas, estípites, óculos ovalados y trilobulados, veneras, etc. Como es habitual la portada se divide en dos niveles, el inferior, la puerta en sí, con óculos trilobulados en la esquinas, y sobre la clave el escudo real entre dos óculos. Sobre el escudo hay un pequeño grupo escultórico que representa la coronación de la virgen como soberana celestial.

La parte superior que parece ciertamente la culminación de un altar mayor, se centra en una gran hornacina, con un gran grupo escultórico donde San Fernando, ataviado con la armadura de caballero y blandiendo una espada, posa su mano izquierda sobre la cabeza de un cristiano cautivo, ahora ya libre, mientras que a sus piés hay un moro vencido.

Todo esto flanqueado por el habitual despliegue decorativo barroco en grando sumo. Por supuesto que la culminación de este increible retablo pétreo no es sencilla: sobre una hornacina del rey se levanta un óculo con un florón delante, coronado por un frontón triangular, con una venera en su interior, y en la clave un prótomo monstruoso. A su vez este coronamiento, que ya rompe la línea tectónica del edificio, está dentro de un gran frontó circular tripartito, rematado con florenes y molduras varias.

No hay por menos que admirar la portentosa imaginación de Ribera, que se ve corroborada viendo la denominada fuente de la fama (1732), emplazada originalmente en la plaza de Antón Martín, ahora instalada en los jardines de Pedro Ribera, en uno de los costados del Hospicio. Junto a los elementos habituales de su repertorio se añanden tritones y esculturas niños. La fuente se culmina con una estatua de la fama blandiendo una trompeta.