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El Monasterio de Santa María la Real de Nieva (Segovia)
J. L. Gamallo. Dada su proximidad a Madrid, la ciudad de Segovia suele recibir buen número de visitantes para admirar su extraordinario conjunto monumental, donde el acueducto, la catedral y el alcázar forman una trinidad ineludible. Pero afortunadamente muchos pueblos y localidades segovianas atesoran joyas de primerísima categoría, como es el Monasterio de Santa María la Real de Nieva, obra maestra del gótico castellano.
Como buena parte de los monasterios marianos tiene sus orígenes en la aparición de la Santísima Virgen María a un pastor, Pedro Amador, y al descubrimiento de una imagen de Nuestra Señora en el interior de una cueva en el pizarral de Nieva. Así en 1392 la reina Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III, mando edificar una ermita donde se inició el culto a la talla hasta entonces soterrada, de ahí el nombre tan "raro" de la virgen del monasterio: Virgen de la Soterraña.
Pero el viajero que se acerque ahora no se encontrara con una humilde construcción, sino con un impresionante monasterio, aunque tampoco lo verá como en sus momentos de esplendor, ya que como muchos otros edificios religiosos sufrió los daños de la desamortización, siendo salvado in extremis de la ruina a comienzos del siglo XX, cuando fue declarado monumentos nacional.
Así se pueden visitar la espléndida iglesia, de estilo gótico ojival (siglos XIV-XV), destacando por su majestuosidad la cabecera, que es lo primero que puede admirarse de la iglesia. Al lado una puerta da acceso al claustro. La entrada a la iglesia se hace por la portada norte, que aunque deteriorada, posee una gran belleza, donde en 17 escenas se puede seguir la Pasión de Cristo.
El interior presenta una rica decoración con varias capillas, destacando la del Santísimo Cristo de las Llagas, y el retablo de Nuestra Señora del Rosario. Diversos estilos se amalgan y aunan creando un ambiente magnífico. El claustro anejo a la iglesia, aunque posterior (mediados del siglo XV), tiene un aire arcaizante, que te transporta a otro mundo.
Puede uno imaginar la vida a los dominicos paseando por sus naves, rezando las diferentes horas de la jornada religiosa. Si el claustro en sí es una maravilla, aún lo son más la extraordinaria serie de capiteles, con más de cuatrocientas representaciones de los temas más variados, geométricos, vegetales, escenas de la vida cotidiana, pasajes del Antigo y Nuevo Testamento, de la vida cotidiana de los frailes, el pecado, los vicios. Un programa iconográfico de lo más varioado que se despliega como una especie de "cómic" pétreo ante nuestros asombrados ojos.
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