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La Puerta de Alcalá
J. L. Gamallo. Buena parte de las principales capitales del mundo suelen tener algún monumento o edificio particular que las caracteriza, y es su imagen parlante a los ojos de sus habitantes, o sus visitantes. Así la torre Eiffel es el icono sintomático de París, la Puerta de Brandemburgo de Berlín, las Casas del Parlmento de Londres, el Coliseo de Roma, el puente Rodolfo de Praga. Si hubiera que buscar uno para Madrid, seguro que rápidamente se nos vienen a la memoria varios que podrían optar a ese puesto, la Real Casa de Correros, el Palacio Real, la Fuente de Cibeles, pero sin duda quien posee más merecimientos para tal galardon es la famosa Puerta de Alcalá, uno de los sitios favoritos de los visitantes de Madrid para sacarse la foto que atestigua su paso por la capital de España, y queda inmortalizado con el fondo de la elegange construcción.
Cuando Carlos III llegó a Madrid en 1759 debió de pensar que la capital de su nuevo reino, comparada con el Nápoles que acababa de dejar era un miserable villorrio.A pesar de ser la cabeza de un imperio planetario, carecía de un conjunto realmente monumental como los de París o Londres, Viena, Roma, o incluso Nápoles. Felipe II había elegido como capital de su Imperio a una ciudad pequeña y de extremada juventud, carente del porte de las capitales europeas, o de otras grandes ciudades peninsulares como Toledo, Sevilla, Córdoba, Salamanca, Lisboa, etc. Los Austrias, en un estado casi perpétuo de costosas guerras, poco atendieron para hacer de su corte un lugar de autorepresentación poderosa e impactante. Carlos III decidió que ese estado de cosas debía de cambiar: Madrid debía convertirse en una corte de rango europeo que no tuviera que envidiar a las de sus rivales, y que fuera un espejo del poderío del imperio español. Con el rey vinieron un grupo de funcionarios y artistas italianos que serían los diseñadores del nuevo rumbo de las cosas. Dejando de lado los cambios de costumbres, con los que tuvo que enfrentarse a los madrileños, los cambios urbanísticos y arquitectónicos fueron de gran envergadura. Para ellos contó con la ayuda inestimable del gran arquitecto Francesco Sabatini. La principal actuación urbanística fue el Salón del Prado, con el Museo como eje. En la parte occidental del muro que circundaba Madrid, en el camino que se drigía a Alcalá de Henares, en el mismo lugar donde en 1599 Felipe III erigió un pórtico para solemnizar la entrada de Margarita de Austria, que ahora fue derribado, se levantó uno de los monumentos más característico de Madrid, buscado por todos los visitantes: la Puerta de Alcalá, en la actual Plaza de la Independencia.. Para esta magna obra, hecha en granito y piedra de Colmenar, Sabatini concibió una estructura formada por tres grandes arcos para carruajes y otros dos dinteles laterales para los viandantes. Los elementos clásicos están integrados por las medias columnas jónicas, además de la gran cornisa rematada en un gran frontón curvo y partido, donde campea el letrero que recuerda el nombre del rey y el año de su construcción: Rege Carolo III / anno / MMDCCLXXVIII. Las cornucopias dobles encima de los dinteles son del francés Roberto Michel. Francisco Gutiérrez esculpió los genios, trofeos y angelotes, armados como pequeños martes, que ponen una nota de humor en la grandeza y solemnidad del conjunto. En la fachada que mira a Alcalá, en el frontón partido, campean las armas reales en un escudo italiano, bordeadas por el toisón de oro, y sustentadas por la fama y un erote. La Puerta de Alcalá puede ser considerada, con toda justicia, como la obra más significativa del neoclasicismo madrileño del siglo XVIII.
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