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Una visita al Cementerio Británico de Madrid
J. L. Gamallo. A lo mejor no parece el verano el mejor momento para visitar un cementerio, pero hay Madrid contamos una serie de ellos muy interesantes, además que cada vez hay más gente en lo que podríamos denominar "turismo funerario". Los cementerios son lugares muy tranquilos, normalmente con abundante y bella vegetación, y monumentos escultóricos y mausoleos de gran belleza, rincones desconocidos de arte y espiritualidad. Pasear entre los sepulcros no sólo permite tener momentos de goce anímico, sino también podemos pensar sobre el tema del "ubi sunt qui in mundo fuerunt". Tal vez el cementerio más desconocido de Madrid, y uno de las más antiguos es el Británico, pequeña pero interesante necrópolis, cerca de los otros cementerios de la orilla izquierda del Manzanares (San Isidro, Santa María, San Lorenzo, San Justo).
El cementerio Británico data nada menos que de 1854, cuando el Ayuntamiento madrileño dio el permiso para su construcción y destinado a los cristianos no católicos. Con el tiempo no se limitó sólo a los británicos, y afines (canadienses, autralianos, americanos) sino que se amplió la nómina a otras confesiones, como luteranos, ortodoxos o judíos. Realmente merece la pena acercarse por una hora más o menos y disfrutar de un cementerio británico en Madrid, muy evocador y grato jardín. Además tiene algunos enterramientos de gran interés artístico e histórico. Hay muchas tumbas de finales del XIX y comienzos del XX.
Así conviene destacar el gran mausoleo de estilo egipcio de la familia de banqueros Bauer, emparentados con los Rothschild; su palacio de la calle San Bernardo fue uno de los lugares más brillantes de la vida social del Madrid de fines del XIX. También están las tumbas del fundador del famoso restaurante Lhardy, de la casa de complementos de lujo Loewe, o de los industriales Boetticher.
Hay algunas curiosas, como la del joven Arthur Williams que falleció con 19 años en 1854, siendo su tumba la más antigua del menterio. Como se llamaba Arthur sobre su tumba está esculpida la espada Excálibur, clavada en la roca. Las tumbas de los Lhardy y los Loewe son de gran sencillez. Resulta curiosa la tumba del ingeniero naval John Williams, que murió en Madrid a los tres días de su llegada de un congestión de los pulmones (congestion of the lungs) a los 45 años (1890).
Una paleta con dos pinceles nos señala la tumba del pintor americano Albert Sheldon Pennoyer, que murió en Madrid en un accidente de tráfico; había venido con la intención de pintar castillos españoles. El nombre de la eminente historiadora Alice Bache Gould descansa sobre un pétreo libro abierto en el suelo. Fue una gran hispanista que investigó sobre Cristóbal Colón e Isabel I de Castilla. La muerte la sorprendió en Simancas, sede del Archivo General.
En 1952 había sido condecorada con la Orden de Isabel la Católica. Hay un par de tumbas de militares británicos muertos durante la II Guerra Mundial, que parece que inspiraron las novelas de Ian Fleming, el creador del agente 007. También relacionada con este conflicto es una tumba piramidal que sólo pone en grandes letras TERTSCH.
Aquí está enterrado el periodista y diplomático austriaco, afiliado al partido nazi Ekkehard Tertsch, que en 1943 fue nombrado jefe adjunto de prensa en la embajada alemana en Madrid. Fue detenido por la Gestapo como sospechoso de haber colaborado en el atentado a Hitler (20-8-1944), y llevado al campo de concentración de Sachsenhaussen. A finales de 1945 fue liberado, junto con otros muchos prisioneros procedentes de ese campo, en Schwerin por los aliados, a los que informó sobre las condiciones de vida del campo. No obstante en 1945 huyo a España, y aquí fallecería en 1989.
En el centro del cementerio destaca la tumba de Indiana Ierne, nacida en Washingon y muerta en Madrid en 1876; su marido le hizo un bello monumento de mármol coronado por un ángel. La tumba de Arnt y Tatiana (nacida en San Petersburgo), barones de Korff también nos recuerda la dramática historia europea del siglo XX durante la revolución rusa y la II Guerra Mundial. Curiosamente Tatiana era ortodoxa, y Arnt, acaso su hijo, era católico. Murieron en 1961 y 1980, repectivamente, igual que la del aristócrata polaco Nicholas Witold, conde (último en la línea) Zawadowski Miklaszewski (1903-1971).
Lo mejor es acercarse a este oásis de tranquilidad y belleza, y meditar sobre estos retazos de historia.
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