Peñaranda de Duero (Burgos), la villa de los condes de Avellaneda

J. L. Gamallo. El patrimonio de nuestro pasado histórico y artístico es realmente abrumador, y pesar de todo lo que ha sido destruido y saqueado por causas diversas (guerras, expolios, desamortizaciones, etc.) lo que se conserva y casi es desconocido es realamente impresionante. La vieja Castilla perdida prácticamente su capacidad agrícola, ofrece al viajero curioso un inacabable plantel de lugares dignos de una visita, donde casi siempre la iglesia (románica, gótica, renacentista o barroca) suele ser una joya digna de la contemplación y el ensimismamiento.

Pero en muchos pueblos y villas  existen conjuntos artísticos de inconmesurable belleza, donde los espíritus sensibles al arte y la historia pueden satifacer su anhelos más espirituales. Al sur de la provincia de Burgos, a 18 km de Aranda de Duero, muy cerca de la Ribera del Duero, comarca de extraordinarios lechazos y reservas, con otros lugares de interés muy próximos, como Coruña del Conde y el yacimiento de la ciudad romana de Clunia, se levanta la villa de Peñaranda de Bracamonte que hunde sus orígenes en la alta Edad Media castellana.

Los vestigios de su rico e importante pasado son realmente excelsos. Lo mejor es iniciar la visita con el castillo, que se yergue poderoso sobre un alargado espolón, que le otorga su característica fisonomía al paisaje del pueblo, como gigantesca atalaya. Una paciente restauración ha podido preservarlo para la Historia. La vista desde su fantástica torre del homenje se la villa, donde sobresale majestuosa la colegiata de Santa Ana, y como telón de fondo la vega del río Aradilla, es realmente inmejorable, y desde allí se percata uno de la importancia de la villa.

El castillo parece datar del siglo X, cuando las repoblaciones de Fernán González, siendo reformado en la Baja Edad Media, aunque a partir de Carlos I su razón de ser como fortaleza perdió importancia. Después de recorrer el castillo y disfrutar con el entorno se puede ya bajar a la villa y dirigirse a la plaza donde se concentran los dos elementos principales de la visita, el palacio condal y la colegiata.

La entrada conviene realizarla  desde el Arco de la Plaza, el único que sobrevive junto el de las Monjas, de la muralla. Él impresionante conjunto que se abre a los ojos es de increible belleza. La plaza, porticada del siglo XVI, se enmarca por la derecha por la hermosísima fachada plateresca del palacios de los condes de Avellaneda, y por la derecha por la majestuosa portada barroca, a modo de retablo, de la colegiata de Santa Ana, y a la derecha el rollo jurisdiccional que ya en 1931 fue declarado conjunto histórico artístico.

Doña María Enríquez de Cárdenas fue la promotora de la Colegiata (1540), continuándose las obras hasta el siglo XVIII. El diseño y trazado parece que se debe al arquitecto Pedro de Rasines. El interior destaca por sus proporcionaes catedralicias. El altar mayor, neoclásico, se atribuye a Ventura de la Vega o a su escuela. Está coronado por una excepcional talla de Jesús Crucificado.

En la colegiata está enterrado don Cipriano Portocarrero, conde de Montijo y duque de Peñaranda, padre de la empetriz de Francia, Eugenia de Montijo. Frente a la colegiata el otro tesoro de Peñaranda, el increible y excepcionalmente bello palacio de los Avellaneda, obra de don Franciso de Zúñiga y Avellaneda, al que se dotó de una suntuosa y ornamentadísima fachada, atruibuida a Francisco de Colonia, con pilastras guarnecidas de amorcillos, coronas, guirnaldas, coronado por un riquísimo entablamento flanqueado por heraldos romanos, con los escudos de los Zúñiga, los Avellanedas y los Cárdenas, todo ello remata por un Hércules.

No conviene pasar por alto las ventanas palatinas de estilo plateresco. El interior no desmerece en nada el regocijo visual de la fachada. Un gran zaguán da acceso al patio por una portada ornadísima, llegándose a la derecha a otra gemela de donde sale la escalera, ancha y majestuosa que conduce al piso superior.

El patio consta de dos pisos de arquerías de arcos de medio punto (el inferior) y rebajados (el superior). En medio un puteal. Las salas del piso nobles son de excepcional belleza y elegancia, destacando los grandes artesonado tallados en madera.

Lógicamente el mobiliario ha desaparecido, pero en un fácil ejercicio de imaginación es es posible retrotaernos al siglo de oro y revivir los grandes salones y estancias recubiertos de tapices y resposteros, las alfimbras, los braseros, candelabros que habría en sus interiores. Sobresale especialmente el Salón de Emabajadores, que se abre a la Plaza, que cuenta con la chimenea más suntuosa y ornamentada de España.

Hay algunos otros lugares para visitar como la antiquçisima Botica Ximeno, el hospital de la Piedad, el convento de la Concepción, las murallas del Palacio, con otra bella puerta renacentista, etc. Los 170 km que hay desde Madrid merecen la pena, concluyéndose con el cordero y el vino de Duero de la zona.