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Ecoturismo a Chernóbil. El nuevo turismo radioactivo de Ucrania.
Ecoturismo a Chernóbil. El nuevo turismo radioactivo de Ucrania.
En el año 2011 se cumplió el 25 aniversario del grave accidente sucedido en la central nuclear de Chernóbil. En sí no fue un accidente, sino, simplemente, una consecuencia de lo que ahora se llamaría un test de estrés mal ejecutado, relacionado con la ineficacia proverbial del sistema comunista, al que le quedaban pocos años de vigencia.
El resultado final fue la fusión del núcleo y miles de personas contaminadas por la explosión del reactor número 4. Sin duda alguna es el fallo humano más trágico de la historia de la humanidad. ( Si bien el accidente de Fukushima en Japón a día de hoy no está resuelto).
Tras varios viajes a Ucrania, en agosto del 2008, conseguí un permiso de entrada en la prohibida zona de exclusión de los 30 km en torno a la central nuclear de Chernóbil, para poder fotografiar el sarcófago que cubre el reactor nuclear dañado y los alrededores.
Sucedida la independencia de Ucrania de Rusia, el secretismo existente en torno a la catástrofe se comenzó a diluir. Cada vez hay más científicos, periodistas y turistas que visitan el lugar, como si una peregrinación se tratara a un santo lugar. También es una manera que tiene el gobierno local de obtener algunas divisas con las ganancias de los permisos a las personas interesadas en traspasar esa frontera radioactiva.
El museo de Chernobil.
Para hacerse una idea de lo que sucedió, decidí primero ir al museo del accidente de Chernóbil. En la puerta, hay aparcado unos vetustos vehículos que se usaron en las tareas de emergencia.
En el interior hay un extraño silencio, pues son muy pocas las personas que lo visitan, ya que en el se respira el amargo sabor de la catástrofe.
Hay múltiples recuerdos y objetos de tan fatídico accidente. Fotografías de los exterminadores que trabajaron hasta desfallecer por los efectos de la radiación dentro del reactor, y de los bomberos, militares e ingenieros que trabajaron con ellos, así como cientos de retratos de la población civil que fue desalojada. También están los nombres de los pueblos que fueron contaminados y desalojados, como Prípiat, una ciudad con más de cuarenta mil habitantes.
Así llegamos a una sala donde ese expone los trajes usados por los operarios, los exterminadores, y demás material tecnológico. Mientras ojeo esas fotos, pensar que solo se protegían con unos finos trajes de tela o de goma, me pone los pelos de punta. Es como protegerse de una tormenta bajo una sombrilla de papel.
Para terminar, se llega a una sala con instalaciones de diversos artistas y colectivos que han deseado cumplir un homenaje con su obra a todas esas víctimas.
Las normas para visitar Chernobil.
En el email que tenía de confirmación con mi permiso para adentrarme en la zona de exclusión, venían una breves normas de seguridad: NO tocar ninguna estructura o vegetal, NO tomar drogas o beber alcohol, NO llevar comida o fumar en exteriores, NO llevarse nada de recuerdo, NO llevar pantalones cortos, bermudas o falda, NO usar zapatos abiertos tipo chanclas. NO apoyar el equipo fotográfico en el suelo o en superficie alguna.
Parecía sencillo de cumplir, y suponía que una vez allí me darían un mono blanco al que se está acostumbrado a ver en la televisión. Pero nada más lejano a la realidad, como descubriría más tarde.
Los ecoturistas viajamos a la Central.
Como no soy científico ni fotógrafo de Natyional Geographic, formaría parte en un grupo con otros “eco-turistas” de la más diversa calaña. El “meeting point” sería en Kiev, en la plaza Maidan Nezalezhnosti frente al Hotel Kozatsky. La persona de contacto era Sergei, él se encargó de proporcionar los permisos. Nos acompañará todo el día Vitta, que será simplemente un mediocre traductor de ruso al inglés.
A las 9,30 am el autobús se pone en marcha. En el se acomodaban americanos, alemanes, ingleses irlandeses, húngaros y el español que escribe. Según avanzábamos en un atasco en dirección a Chernóbil, mientras Vitta hace una introducción de lo que sucedió hace años y nos muestra un libro con fotos y textos del accidente, el calor en el autobús se hacía más sofocante.
Marcus, alemán de Hamburgo, con gotas de sudor por toda la cara, me dice que no se siente muy cómodo: No estoy acostumbrado a tanto calor, afirma. Claro, ni él ni yo. Pero desde luego la camisa con corbata, pantalones de tergal grises y botas Caterpillar no ayudaban a mantenerse fresco en un autobús sin aire acondicionado, con ventanas herméticamente cerradas y cristales de color negro.
Ucrania es un país de inviernos gélidos, pero también se caracteriza por tener unos veranos continentales extremos. Este día poco tenía que envidiar a una tarde veraniega sevillana.
Llegada a la Central y primer contacto con la radioactividad.
Así cuando paramos en el puesto de control de pasaportes, a las puertas de la zona de exclusión, todos suspiramos con alivio al salir y poder respirar algo de aire radioactivo pero fresco. Más tarde entendí que tal hermetismo se debía a que atravesaríamos zonas altamente contaminadas por radioactividad y sin ventanas abiertas se evitaba que algo contaminado pudiera colarse por accidente en el autobús.
Aquí surgió el primer problema, pues alguno de los visitantes estaba en calzonas y otros estaban en chanclas. Así estos, no habían leído las normas o pensaron que era más divertido saltárselas. Como por arte de magia, aparecieron pantalones y zapatos entre todos los que estábamos en el grupo y pudimos continuar camino. Estaba claro que entraríamos con lo puesto, sin los asépticos monos blancos que tanto gustan en la televisión y que realmente sirven de poco. Llevar la piel desnuda puede rozar por accidente alguna superficie, en especial las plantas que sirven de almacenes de radioactiva. Lo que implicaría que habría que descontaminarse enérgicamente, a diferencia de que si la radioactividad está en un objeto o en la ropa, simplemente quedaría allí para ser almacenada.
Fue pasar esa frontera, y me dio la sensación de entraren un parque natural, árboles frondosos y verdes y mucha vegetación baja que llegaba hasta el borde de la carretera, no había tráfico alguno y ese silencio permitía escuchar el canto de los pájaros. ¿Esos eran los efectos tan nocivos de la radioactividad? Pues evidentemente si, ya que al ser una zona prohibida a los hombres, y de que se había quedado sin población, la naturaleza había seguido su curso en todos estas décadas. Ésta se había apoderado de los caminos ya sin uso, y de las tierras de labranza sin cultivos. Los nuevos colonos eran los ingenuos animales que desconocían que habitaban en una zona letal por necesidad.
En el Centro de Informacion comienza la visita. El oficial Anatoli explica la historia de Chernobil.
Llegamos al centro de información y control de Chernóbil, una instalación en la que viven los operarios que aún trabajan en la central.
Nos dan paso a un salón donde firmamos el acuerdo de las normas, y en especial nos remarcan no sacar fotos a zonas prohibidas, y nos advierten: Si la cámara de fotos se contamina, no sale de aquí.
Anatoli, un oficial del ejército, nos muestra en un mapa nuestra situación y nos explica en perfecto ruso y con todo detalle lo sucedido, así como lo que podremos ver. A su vez, Vitta nos lo traduce en un precario inglés:
- “La central empezó a funcionar en 1977, y que tras la explosión el día 26 de abril de 1986 durante los primeros 10 días emitió radiación al aire en una cantidad similar a 500 bombas nucleares, afectando al 6% del territorio ucraniano, aunque la parte más afectada fue Bielorrusia con tres millones y medio de afectados, pues está muy cerca de la central y el viento mandó hacia ese lugar la mayoría de los residuos radiactivos con el humo y las cenizas. Este tipo de reactor se sigue usando en Ucrania y en otros sitios del mundo.
En la actualidad viven permanentemente unos 200 aldeanos que decidieron regresar a sus casas, pues ya son ancianos y no tenían donde ir. Estas personas viven cerca de la carretera principal. Antiguamente eran cazadores y pescadores, pero ahora reciben una pequeña ayuda del gobierno y tienen suministro de gas y electricidad gratuitos así como asistencia sanitaria. Algunas veces vienen sus familiares a verlos, pero cuando ellos mueran, ya no vendrá nadie más a esta tierra.
Traduce, que el accidente sucedió en una prueba que consistía en ver cuánto tiempo podía estar sin suministro eléctrico el reactor, pero al haber un fallo en el diseño, y de que los operarios incumplieron todas las normas de seguridad en el proceso, un aumento súbito de potencia en el reactor número 4, produjo un sobrecalentamiento en su núcleo, lo que provocó la explosión del hidrógeno acumulado en su interior, con el consiguiente incendio y escape radioactivo
En el momento de máximo esplendor, vivían en la zona 120.000 personas de los que 90.000 eran trabajadores . Nada más suceder la explosión se evacuó unas 55.000 personas (más bien a la semana, tras el desfile en Prípiat del Día del Trabajador) y otras se fueron más tarde. En estos veinte años, se han removido dos millones de toneladas de tierra contaminada, y aún quedan millones de toneladas por descontaminar.
Actualmente hay 1000 trabajadores que desarrollan diferentes funciones, entre los cuales hay 300 bomberos, encargados a erradicar lo antes posible cualquier incendio forestal, que pueda lanzar al aire materia radioactiva transportada en las cenizas del humo. Los niveles de radioactividad se mantienen en 0.5 a 0.8 roentgen por hora en Kiev, en la zona descontaminada de Chernóbil de 5 a 18 roentgen por hora, pero en algunas zonas son 100 roentgen por hora y en los bosques de la zona de seguridad a más de 1000 roentgen por hora y pasarán miles de años hasta que los elementos radioactivos se descompongan. “
(Los datos de las unidades no puedo decir que sean correctas pues no entendí bien lo que decía el intérprete)
Monumento a los bomberos caídos.
Dejamos el puesto de información, y llegamos a una especie de base militar, en la que vemos un monumento en honor a los bomberos, conocidos mundialmente como liquidadores.
Heroicos hombres que se encargaron de apagar el fuego, y de contener la radioactividad los primeros días hasta que desfallecían a causa de la radioactividad que habían asimilado.
Adquiriendo provisiones en la tienda.
Es la una del mediodía y Vitta nos señala un edificio: Dentro hay una tienda entrar en ella y comprar algo de beber si queréis.
El pequeño almacén está bien surtido, tiene chocolates y galletas, diversos detergentes, así como cervezas y vodkas a discreción. En una cámara refrigerada se conservan salchichas, quesos, pescados ahumados dos botellas de leche y algunos yogures. También tiene cuatro limones y tres plátanos. Esta regentado por una ucraniana de mediana edad, de amplia sonrisa y corte de pelo típico.
Compro una botella de agua y una salchicha que parece fuet. Más tarde tenemos una comida en el centro de información y control, así que esto bastara y me servirá de desayuno. Pago por ello 7,8 grivnas y para redondear a las 8 grivnas la tendera, me da varios caramelos.
Llegada al sarcófago. Los monumentos a las víctimas.
Pasamos el segundo control de seguridad, éste es el de los 10 km. Avanzamos con el autobús paralelo al canal de refrigeración, en el camino vemos diversas construcciones de los otros reactores que estaban en construcción, líneas de tendidos eléctricos y chimeneas de vapor de agua apagadas.
Al poco paramos en un puente del canal de refrigeración, por el que hoy ya no circula ningún vehiculo.
Hay otros dos monumentos uno es de un hombre casi desnudo y el otro es una campana con diversas placas con nombres de liquidadores que murieron allí.
Mientras fotografió todo, Anatoli se divierte dando de comer a los peces y a los siluros gato que viven en el canal, son grandes sin más. También hay palomas que se lanzan a comer las migajas que caen de sus manos. No hay nada anormal aparentemente en estos animales. Nos pide que no fotografiemos el edificio que hay tras nosotros.
Continuamos la visita y cuando paramos frente al sarcófago que guarda al reactor dañado son las 2 de la tarde y el sol cae de lleno. La luz no es la mejor para sacar fotos, pero tampoco me importa demasiado, ya que no se si estoy al punto de una congestión por culpa del calor o por tener delante el sarcófago que dicen que se está agrietando y que no soportará mucho más toda radioactividad que hay en su interior.
Nos mantenemos a unos niveles de entre 6 roentgen y 8 roentgen. Si bien será la Nikon D70 la que se encargará de sacar la mayoría de las fotos. Saco varias fotos con la Nikon F 90X de carrete. Mi amigo Josele me dijo que era fácil que algún elemento radioactivo impacte contra el negativo y me lo vele, me alegro mucho de que esto no sucediera. Nos arremolinamos al lado del monumento conmemorativo de los veinte años de la catástrofe.
Son unas manos de un gigante de cemento de las que brota el sarcófago, y, coronando éstas, surge una campana y un rayo. La lectura es fácil, las manos de los liquidadores y bomberos que construyeron el sarcófago y lucharon contra la radioactividad. A los pies hay varias placas conmemorativas escritas en ruso.
Anatoli nos dice que la mayor parte del trabajo de extinción fue llevada a cabo desde helicópteros que lanzaban desde ellos arena, arcilla, plomo y boro ya que estos neutralizan la radioactividad. Si bien por el fuego y por el humo quedaban contaminados en la primera pasada y que los pilotos debían de hacer hasta 30 pasadas por día y que incluso alguno murió al chocarse con las torres al lado del reactor cayendo dentro de él.
Debemos continuar, ya que aún nos quedan cosas que ver. Quizás no quiere que estemos demasiado tiempo frente a esa mole de hormigón. Pero para mí veinte minutos fueron más que suficientes.
Príapiat, la ciudad fantasma.
Nos dirigimos a Prípiat la ciudad fantasma ( En ucraniano: ?????'???, y en ruso:????????) La primera sensación que se tiene cuando se llega es la calma.
Nuestro autobús avanza sin paradas en semáforos o stops. Pues no hay tráfico de coches por las calles, ni peatones por las aceras que ceder el paso en un cruce. No hay nadie. Mientras escribo esto, me viene a la cabeza el recuerdo de las ciudades muertas de Serjilla y Al-Bara en Siria. Es como si visitara una ciudad de una antigua civilización y que de un día para otro, esta desapareciera sin explicación alguna.
Prípiat era y es la ciudad más cercana al reactor que explotó. Había sido creada de ex proceso para alojar a los trabajadores de la central. Era un oasis dentro del régimen comunista, pues todas las personas que vivían allí eran tratadas con mimo, y disponían de una ciudad moderna y con todas las comodidades de una ciudad occidental. Incluso sus tiendas estaban mejor surtidas que las del propio Moscú.
Los signos de abandono son muchos, las fachadas de los edificios se caen, hay cristales rotos por todos los lados, con los portales de edificios tapiados y cerrados. Las farolas están oxidadas y las cabinas de teléfono se caen a trozos. Pero lo que más sorprende son los árboles, que parecen emular las semillas de Panorámix en “La Residencia de los Dioses”, creciendo en los lugares más inverosímiles pues no hay jardinero que se atreva a podarlos.
La terraza del Hotel Polissia.
Sigo al grupo encabezado por Anatoli en dirección al Hotel Polissia, en su día usado por ingenieros y militares de grado que visitaban Chernóbil.
La recepción está literalmente destruida, así como los salones y demás dependencias. Tenemos que subir por la escalera de servicio hasta el piso más alto, desde aquí tendremos una vista general de la ciudad. El estado de la escalera es lamentable, sin llegar a ser peligrosa. Pero no se puede tocar la barandilla y hay que salvar cascotes y hierros tirados en los escalones.
La pintura esta desconchada y craquelada. Con la altura que voy ganando por las ventanas rotas, entra viento que levanta polvo del suelo y me quedo blanco al ver que este se deposita encima de mí. Lo único que puedo hacer es ponerme un pañuelo en la cara para no respirar ese polvo.
Sigo subiendo pisos y en el último están esperando Anatoli con su inseparable medidor geiger, cuan serpiente cascabel anunciando el peligro invisible pero cercano, y Vitta que es una sombra de él.
Mientras fotografío las vistas, el oficial ucraniano comienza de nuevo a darnos algunas pistas de lo sucedido: Aunque la población de la ciudad tardó en ser evacuada, la mayoría de la gente pudo salvar su vida, ya que in extremis se fletaron cientos de autobuses para sacarlos de este infierno, una vez que había pasado el desfile del Día del Trabajador, el 1 de mayo de 1986.
Se les prometió que solo estarían un par de días fuera y que no se llevaran nada que no fuera imprescindible. Veinticinco años después, ninguno de ellos ha podido regresar.
Tras los primeros momentos de incertidumbre, con el paso del tiempo y de la necesidad económica de la zona, comenzó a haber saqueos. La gente entraba en la ciudad y comenzaron a llevarse los muebles y alfombras y todos los enseres de las casas, tiendas o de los hoteles. Todo lo que pudiera ser transportado era objeto de pillaje. Posteriormente, este botín radioactivo era vendido entre particulares y diseminado por todo el país. Así el gobierno ruso, tomo la determinación de desmontar toda la ciudad, y de poner severos controles de acceso en un radio de 30 kilómetros, la conocida zona de seguridad.
Desde esta séptima planta, me asomo por las ventanas de la terraza, de izquierda a derecha hay una gran avenida con frondosos chopos, con edificios de diez plantas, en el centro al fondo vemos el esqueleto de la central nuclear de Chernóbil y a la derecha la plaza central con el edificio de la sede del Partido Comunista, y a la derecha del todo una extraña noria amarilla. Los que vieran el espectáculo de la explosión desde aquí quedarían a la par embelesados y letalmente contaminados.
Desandamos el camino, y nos dirigimos hacia la noria amarilla. En el camino pasamos por un taller de propaganda comunista, aquí se ven retratos de la cúpula del PCUS, aunque curiosamente no parece estar Gorbachov, y un cohete de cartón piedra estrellado en el suelo.
Finalmente encontramos el parque de atracciones que debía ser inaugurado el 1 de mayo, sólo 5 días tras la catástrofe. Aquí llevan aparcados años sus coches de choque, y la noria espera en vano a algún niño que pasear por las alturas de Prípiat.
Al igual que frente al reactor número 4, la radioactividad está presente.
Me fijo en John, irlandés, y que ya está casi jadeando. Le pregunto que si se encuentra bien y me dice:
- “Estoy regular. No estoy acostumbrado a este sol y tengo mucho calor por culpa de la cazadora de cuero que me he puesto para proteger mis brazos de la radioactividad. Pero prefiero eso a que se me pegue algo en los brazos”.
Estoy sorprendido por su respuesta, aunque el miedo es libre. Y añade:
- “¡Quiero marchar desde hace horas pero no hay manera si no es en el maldito autobús!”
Asiento con la cara, y se va a la sombra de los chopos radioactivos.
Comiendo rodeados por la radiación.
Sin saber cómo, la tarde casi ha pasado, y desgraciadamente no hay tiempo de ir a visita a la gente que vive dentro de estos 10 kilómetros de seguridad, así vamos de nuevo al centro de información para comer. El detector que debemos usar en las manos extrañamente dejó de funcionar y nos dicen simplemente:
Lavaros bien las manos con jabón.
Creo que durante 5 minutos estuve bajo el chorro del agua dándole al jabón. Una vez limpias las manos y refrescados, pasamos a un salón restaurante donde unas disciplinadas camareras han puesto varias mesas. Nos han servido varios platos que consisten en embutidos típicos, sopa borsch, estofado de ternera, y una ensalada de verdura fresca, y para beber agua con gas muy fría.
Para comer me siento con Marcus, que aún sigue con la corbata abrochada, y su amigo Christian. Este estaba encantado con la visita, estudiaba arquitectura, pero se cansó y se puso a estudiar historia del comunismo. Me dice: “Llevo un mes de viaje por Ucrania, y me parece un sitio fantástico. Regreso a Alemania en dos días y terminar mi viaje aquí en Prípiat es un sueño. Deseaba venir aquí desde hace años ya que es una joya de la arquitectura comunista. Desgraciadamente ya no quedan sitios así en Rusia.”
Tras la comida, llega Anatoli para despedirse de nosotros y agradecer el interés mostrado durante la visita. Ya que parte del dinero de nuestro permiso se destina para la construcción de un segundo sarcófago de contención, y para el cual hacen falta muchos millones de euros. Tras un nuevo recuento, me despido de él con un apretón de manos y un Påka!
Salida del infierno radioactivo.
A las seis de la tarde estamos otra vez en el primer control de pasaportes, un oficial nos guía hasta una fila de medidores de radioactividad. Me señala donde debo poner las manos, las rodillas y el culo. Luego me señala una luz verde, y entiendo que si se enciende estaré limpio. Así fue mi caso y el de todos mis compañeros. Aún así John mantiene su cazadora puesta.
Le digo a Vitta que le pregunte al oficial que si nunca hubo problemas, y este responde:
-“Bueno, alguna vez. Hace poco a un italiano le gusto una piedra y se la guardo en la mochila. La piedra, la mochila y su mano derecha estaban contaminadas, así que se quedó aquí hasta que le descontaminamos.”
Montamos por última vez en el autobús blindado ya de regreso a Kiev. Hace menos calor y muchos aprovechan para dormir.
Pero a mi aún me queda mucho noche por delante, pues nada más llegar a Kiev debía viajar casi 250 km hasta Khorol. Pero esto ya es otra historia.
A mi regreso a España, decidí pasar un control de radioactividad a la ropa y zapatos que llevé puesta ese día en el departamento de control radioactivo de la Fundación Jimenez Diaz. Para mi sorpresa, la ropa estaba limpia.
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